¿Que por qué publico algo sobre Japón en un blog sobre Holanda? Porque… ya lo tenía creado, cogiendo polvo, me daba penita…
El Prat, Fiumicino, Narita
A mediados de marzo empezamos, reuniéndonos todos en Barcelona y de ahí empezando el largo vuelo. En nuestro caso era la compañía low-cost Alitalia, haciendo escala en Roma. Si usted, querido lector, ha embarcado ya en algún vuelo intercontinental, puede saltar al siguiente capítulo.
De Barcelona a Roma han sido unas 3 horas, y resultó un vuelo normalito. No teníamos mucho tiempo de escala, así que apenas pudimos explorar el aeropuerto de Fiumicino, salvo para tocar un piano.
El vuelo de Roma a Tokyo duraría 13 horas. Nuestros asientos tenían el tamaño justo. Nos servían comida decente, merienda o bebidas cada pocas horas, excepto a la hora de dormir, la cual quedaba difusa ya que la noche y el día avanzaban más rápido. Para mi gusto, lo mejor del avión eran las tablets empotradas en cada asiento, con una selección de películas, series, música y juegos casuales. Algunos de ellos incluían multijugador.
Al aterrizar en Tokyo empecé a experimentar el famoso concepto de jet lag. Pasamos por un par de controles de extranjería, cambiamos dinero en el mismo aeropuerto, recogimos nuestros Japan Rail Pass, y tomamos nuestro primer tren bala.
Sendai
En pocas horas de un tren muy cómodo y veloz, nos apeamos en lo que para Japón sería una ciudad normal y corriente, pero para nuestro grupo sería todo nuevo y diferente. La estación de tren, los semáforos, los coches circulando por la izquierda, el poco jaleo en las calles, los konbinis, encargados y tenderos diciéndote “bienvenido” y “gracias”…
Nos alojamos en un hotel normal y corriente. Cerca habían dos calles comerciales techadas, con salones recreativos de los que molan: videojuegos de lucha, de carreras, de ritmo… echaré de menos en especial Taiko no Tatsujin. Tampoco faltó karaoke.
¿Por qué la ciudad de Date Masamune? Pues… porque nos quedaba de paso. De otra manera el tren hasta Hokkaido, en todo el norte, nos hubiera llevado demasiadas horas nada más llegar después de un vuelo tan largo.
Asahikawa, Chikabumi y Sapporo
A medida que nos hemos ido acercando a la isla del norte en tren bala, atravesando un túnel submarino en el cual no hemos notado nada especial, hemos ido viendo cada vez más y más nieve, a la cual ninguno de nosotros estábamos acostumbrados. En los primeros días era emocionante, pero poco a poco nos fuimos cansando de andar sobre ella, y de no poder ver parques que no estuviesen sepultados bajo tanta blancura.
Queríamos un comienzo tranquilo, y ver japoneses en su hábitat natural, cosa que no hubiéramos conseguido en pleno Tokyo. La verdad es que hicimos poco en esa región, aparte de visitar centros comerciales, pero nos sirvió para hacernos a la idea del estilo de vida en este país. Y de probar fantásticas porquerías de los konbinis. Y fantásticas comidas en diferentes restaurantes. Aquí lo normal es que cada restaurante solo sirva un tipo de plato, y lo haga genial. Okonomiyaki, ramen, takoyaki, soba, udon… Y no eran necesariamente caros.
Como mucho, un día nos desplazamos hasta Sapporo. Ahí visitamos el museo de la cerveza homónima, establecido en una bonita fábrica antigua. Y visitamos la torre homónima. Esta, igual que muchas otras cosas en Japón, tiene su propia mascota: el Papá Televisión. Por el camino comimos yakiniku: pedacitos de diferentes tipos de ternera para calentar nosotros sobre fogones en una mesa, al gusto de cada uno. La carne de ternera allá es un lujo, pero no estuvo nada mal.
Noboribetsu
¿Qué mejor manera de terminar en una región fría que bañándonos en auténticas aguas termales? Nos fuimos a este pueblo apartado, cerca de un volcán, con una calle repleta de posadas y hoteles con aguas termales. Yo me suelo duchar con agua un poco fría, pero debo admitir que esta fue una experiencia única y, al menos durante un rato, resultaba agradable.
En este hotel, con baños muy separados por sexos, teníamos 7 piscinas interiores de diferentes formas, densidades minerales y temperaturas, además de algunas piscinas exteriores. Una de ellas estaba descubierta, y podíamos mirar tranquilamente el paisaje y la nieve cayendo sobre nosotros, derritiéndose al tocar el vapor.
El ritual consiste en: entrar en las taquillas. Dejar la ropa y sandalias en una bandeja (todos los huéspedes visten yukatas, cortesía del hotel). Entrar completamente desnudo en los baños, sin llevar más que una toallita en la cabeza. Echarse un poco de agua encima para adaptar la temperatura del cuerpo. Bañarse donde uno quiera, y relajarse ahí todo el tiempo que quiera. Al terminar, hay duchas con asientos y muchos geles y champúes para elegir, y habían toallas junto a la salida antes de ponerse uno el yukata de nuevo. Al lado habían también espejos con peines, secadores de pelo, cuchillas de afeitar, etc. Y un bar.
La cena era de bufet, mitad occidental mitad japonés, aunque pocas cosas nos convencieron realmente. En el grupo cada cual nos bañábamos cuando nos apetecía. Yo me desperté sudando como loco en plena madrugada, y aproveché. Lamentablemente las piscinas exteriores estaban cerradas a esas horas.
La siguiente aventura era para mi «esposa» y yo: salir en un autobús a las 6:01, y tomar varios trenes seguidos calculados milimétricamente para llegar a Tokyo al mediodía. ¿Por qué íbamos a molestarnos, en lugar de desayunar tranquilamente y darnos otro baño termal más? Porque en Tokyo estaría Katsuyuki Konishi, su actor de voz favorito.
Shinjuku y Odaiba
Nuestro objetivo era la convención Anime Japan, ubicada en el Tokyo Big Sight. Es bastante más grande que el Salón del Manga de Barcelona, y lleno de japoneses. El patrocinador principal era el exitoso juego para móviles Fate/Grand Order, y estaba en tooodas partes, incluyendo una versión en realidad virtual. Aparte de eso había publicidad de muchos animes venideros, mucho merchandising, muchos folletos publicitarios y catálogos… Se nota que allí el anime sí es un negocio.
En los escenarios se celebraban principalmente presentaciones llevadas por actores de voz (los famosetes en Japón). Fuimos a ver dos de estas presentaciones: primero la del anime de lucha libre Tiger Mask W, donde figuraba una de mis favoritas, Kobayashi Yuu. Varios de los actores interpretaban a los protagonistas en una entrevista, con preguntas enviadas por los fans; y al final del todo apareció el director de sonido y grabó al público gritando el nombre del protagonista, y gritos de ánimo.
Poco rato después tocaba la de Shoukoku no Altair, serie de guerra entre reinos medievales (similar a Arslan Senki) que se emitirá este verano. Allí estaban Tsuda Kenjirou, Suwabe Junichi, Katsuyuki Konishi y, en primicia, Kobayashi Yuu (sí, otra vez). Hablaron sobre el mundo en que se desarrollaría la serie y los personajes, sin parar de soltar chistes y tonterías durante el proceso, con pizarras entre medio. Fue muy divertido.
El Tokyo Big Sight se encuentra en Odaiba, un barrio marítimo precioso. Además de una fuente de nostalgia para quien haya visto Digimon Adventure. Después de una noria gigantesca, estaba el estudio principal de Fuji TV, con una esfera en la cumbre. Lamentablemente era de noche y estaba casi todo cerrado al público. Pero pudimos ver un mascarón a escala real del primer barco de One Piece, y un konbini con merchandising exclusivo.
Osaka, Nara, Kyoto
En un lunes normal y corriente abandonamos Tokyo otra vez, para desplazarnos un poco al oeste. Nada más bajarnos de la estación de Nishikujo vemos varios restaurantes típicos. Incluyendo uno de takoyakis, abierto a la calle, del que nos enamoramos a primera vista. Nos alojamos en una casa típica de dos pisos; estrecha pero apañada. Y el salón tenía un kotatsu (mesa con manta y calefactor debajo), que definitivamente era un agujero negro de confort. Encima la anfitriona era majísima.
La estación de Nishikujo forma parte de una vía circular que facilita el acceso a varios destinos turísticos. El primero que visitamos fue el parque de Nara, conocido como un santuario de ciervos. Allí hay tres templos, y varios vendedores de tortas, listas para dar de comer a los ciervos, que las recibirán haciendo reverencias con la cabeza. Los templos son bonitos, pero… vinimos aquí principalmente para ver a estos ciervos.
En un viaje a Japón no podía faltar un paseo por la tradicionalísima Kyoto. Primero empezamos por Arashiyama, el bosque de bambú. De no ser por la tremenda cantidad de turistas, hubiera sido un escenario tranquilo y con un sonido único. De cualquier manera, la vista desde abajo era impresionante. Después paseamos por el centro turístico, y por más templos. Algunos de ellos, enormes. Alguien del grupo probó a recoger omikujis. También pasamos (sin entrar) por varios puntos clave, como un viejo parque de atracciones, y la primera oficina de Nintendo.
Encontrándonos en Osaka tampoco podía faltar el Castillo de Osaka. El tren nos dejaba un poco lejos del castillo, pero cruzar los canales a pie y acercarnos lentamente resultaba impresionante. Un edificio tan clásico y, al otro lado, varios rascacielos, componían un ejemplo de la definición japonesa de “contraste”. El interior del castillo era solo un museo, aunque este tenía 8 plantas. Mostraban mucha historia de la ciudad, de su fundador, de la época… En un piso se mostraban con unas proyecciones muy ingeniosas sobre escenarios de maquetas en miniatura. Por cierto, fuera del castillo había un malabarista que fingía hacer el ridículo, a la vez que se metía al público turista en el bolsillo. Enseguida detectamos que era español, y hubo gran regocijo.
A pesar de todo, el tiempo en Osaka nos lo hemos tomado con un poco de tranquilidad. Y el grupo se recuperó bastante al visitar a una familia que vivía en un pueblo cercano. La madre es japonesa, el padre es español, y el hijo pequeño es una monada. Vino también un amigo suyo mexicano. Hubo mucha comida, mucha bebida (el padre sabía preparar cócteles), y hasta se bailó salsa (la madre se lo tomaba con especial pasión). Y casi perdemos el último autobús de retorno.
Shibuya
Elegimos pasar los últimos días en Tokyo para no desplazarnos mucho en tren cuando se nos agotase el Japan Rail Pass, el cual se pagaba por semanas. Después de saludar al perro Hachiko y el enorme cruce donde se encuentra, rodeado de televisores gigantes y carteles de todo tipo, depositamos las maletas en un apartamento sin nada que destacar, más bien occidental, en una zona un poco ruidosa y sucia.
… Sucia para ser Japón, quiero decir. Hasta entonces prácticamente no habíamos visto ningún vaso, ninguna lata, ni una mísera colilla en el suelo. Y eso que las papeleras son prácticamente inexistentes, excepto junto a algunas máquinas expendedoras, y dentro de las estaciones de tren.
El primer día lo pasamos en Akihabara, uno de los barrios más frikis de todo el país (les sonará a quienes hayan visto, por ejemplo, Steins;Gate). En sí el barrio es pequeño, pero en cada edificio hay un montón de tiendas, con un montón de merchandising y productos relacionados. Tiendas de DVDs, tiendas de videojuegos, tiendas de mangas, tiendas de mangas dibujados por fans (doujins), secciones enteras de mangas dibujados por fans con temática homosexual, secciones enteras dedicadas a Osomatsu-san, a Hetalia, a Fate… Ahí comimos en una cafetería, de Good Smile y Animate. En ese momento tenía temática de Little Witch Academia, con platos originales y un par de juegos para obtener regalitos exclusivos. A algunos de mis lectores no les sorprenderá que, donde me dejé más dinero, fue en la Tales Of Shop de Kotobukiya.
Una actividad que no podía faltar, ya que estábamos en abril, era el hanami. Caminamos hasta el enorme parque Yoyogi, compramos bebidas y aperitivos por el camino, junto a una sábana de plástico, y escogimos un lugar adecuado; uno de entre tantos cerezos en flor. Ese día apenas caían los pétalos, pero la vista era igualmente preciosa y alegre. Por la mañana había poca gente, y la mayoría eran turistas. Pero a partir del mediodía el parque estaba abarrotado de japoneses de todo tipo. Las cervezas circulaban casi a estilo botellón, y el jolgorio imperaba en el ambiente, rompiendo bastante la imagen de gente seria y dedicada al trabajo.
Por cierto: mientras estábamos en Nara, nos llegó un e-mail por parte de la agencia de viajes: nuestro vuelo de vuelta fue cancelado. Por lo visto se debió a una huelga en la compañía aérea. Pero nos recolocaron a un vuelo idéntico al día siguiente. Para ese día extra tuvimos que buscar alojamiento barato cerca del aeropuerto. Optamos por el humilde pueblo de Sakura, en Chiba. Ahí dormimos en un albergue pequeño y hogareño a 3.000 yens por cama, comimos en un restaurante familiar, y compré un montón de aperitivos típicos para invitar a mis compañeros de trabajo a la vuelta.
El vuelo de vuelta sucedió sin incidentes, y pasamos noche como pudimos en el aeropuerto de Barcelona antes de volver cada uno a su isla. Semanas después, empecé a escribir una crónica. La crónica de un viaje.
A mediados de marzo empezamos, reuniéndonos todos en Barcelona y de ahí…